El español es más directo, no anda con rodeos. El español es menos cortés. El español habla casi gritando. A veces, cuando dos españoles conversan da la sensación de que estuvieran peleando. El español es más egocéntrico.
En este tipo de juicios coinciden los chilenos y gran parte de los latinoamericanos de habla castellana que han venido a España.
Haverkate, comparando a los españoles con los holandeses, llama la atención sobre estos hechos que suelen inducir a malentendidos y se sorprende de la poca atención que la enseñanza de lenguas extranjeras les concede:

No es raro que, dentro del contexto de los actos rutinarios, el comportamiento interaccional de los españoles les parezca descortés a los holandeses [así como a muchos latinoamericanos], mientras que a los españoles la reacción verbal preferida por la cultura holandesa les dé la impresión de ser exagerada o superflua (Haverkate, 1994: 95).

Muchas expresiones lingüísticas -al igual que muchas actitudes de los españoles- resultan chocantes e incluso agresivas al latinoamericano que por primera vez viene a España. Saber que en rigor no lo son, porque no han sido proferidas con esa intención y porque entre los interlocutores españoles no surten tal efecto, es de vital importancia si consideramos que al hablar el hombre busca preservar su propia imagen y cuidar también la de su interlocutor.
Mientras el latinoamericano se sienta atacado por los hablantes peninsulares no podrá desenvolverse libremente en España y, con toda seguridad, emitirá juicios equivocados respecto de los españoles y de sus intenciones.

Según testimonio de una mujer chilena de 28 años:

En España hay como una cuestión mucho más directa con el lenguaje. Ponte tú cuando yo ahora llamaba a preguntar, quería hablar con el director de arte, qué sé yo, yo no decía: 'hola, buenas tardes, mira soy tal que quiere hablar'. No, 'hola, con el director de arte, por favor (...) Oye yo soy diseñador de arte y quiero mostrarte mis trabajos'. Muchas veces, incluso, hasta me ahorraba el 'por favor'. Y me contestaban: 'llámame en tal hora, tal día.'
Eso ... en Chile ... son horas de hablar. O sea: 'hola, con quién hablo, quiero mostrar tal ...' Y te dicen: 'pero tú, ¿qué haces? ¿qué has hecho?' Y después te dicen: 'mira ... voy a ver si mi agenda ... Por qué no me llamas otro día ...'
Aquí, un par me dijeron: 'no, sabes, a mí no me interesa ver trabajos de nadie porque tengo mi estaf listo.' Y tú les decís: 'Ya, chao.'
Es mucho más claro, directo. O sea, no te vay en ninguna ... es como llegar y decir: 'Hola, una caña.' Pac. Eso en Chile ... 'Oye nos podís atender, nos podís traer dos cervezas, por favor'. '¿De cuál?' 'Mira, no sé ... mm ...''Ya listo, Gracias.'
Aquí ... no hay ningún preámbulo. Tú llegái y decís exactamente lo que querís. Es como mucho más claro.

La informante es diseñadora y habla del período en el que, recién llegada a España, buscaba trabajo como tal en Madrid.
Notemos cómo no puede evitar, al hacer estas apreciaciones, usar ella misma una serie de atenuantes.

Otra mujer chilena escribe desde Valladolid en marzo de 1994:

Me he acordado tanto de ti y de todo lo que me contaste en Chile de los españoles, sobre todo aquello de que hablan mucho y fuerte y tienen la tendencia a ventilar en público sus asuntos privados. Aquí basta ir a la tienda de la esquina para enterarse de que una señora tiene al niño enfermo, a la otra el marido no le habla desde ayer porque se ha enojado, la otra amaneció con dolor de cabeza y así. Son de una locuacidad agotadora. Esto se advierte [también] en la abundancia de muchas señoras avejentadas, envueltas en sus oscuras chaquetas de piel, de rostro severo, seco, adusto. Están en todas las esquinas o en las puertas de las iglesias, siempre en grupitos, quejándose, contándose confidencias en voz alta, criticando las vidas de otros. Esto al menos es lo que yo imagino al verlas y creo no equivocarme. Yo he llamado a estas señoras 'las hijas de Franco', seguramente no soy la primera. El resto de la población son estudiantes, ellos se ven mucho más relajados y joviales.

En relación a nuestro volumen de voz, dice en 1963 el premio nacional de literatura, José Santos González Vera:

El Chileno no emplea toda su voz y quisiera no decir sino las palabras justas. Tiende a la síntesis, aunque a menudo no lo consiga. Lo que dice es para sus auditores inmediatos. Solo por excepción, sin que sea bien visto, habla al país o al continente (González Vera, 1963: 126).