Para
entender la necesidad de atenuación en el lenguaje debemos remontarnos
a su origen.
La conducta animal está básicamente motivada por los instintos.
En el hombre "disminuyó al máximo la prefijación
hereditaria de conductas instintivas y [en su lugar] se incrementó
la capacidad de aprendizaje." (Pinillos, 1994: 45)
La conducta instintiva del animal lo predestina a un determinado tipo de relación
con su medio ambiente. La debilitación de tal conducta en el hombre
hace que su interacción con el medio esté mucho menos prefijada.
En un contexto psicogenético, hablar de superioridad equivale a hablar de especies dotadas de más grados de libertad comportamental, esto es, de la aparición de sistemas más libres, de organismos crecientemente substantivos, capaces de mayor autonomía funcional y más perfecto control del medio (Pinillos, 1994: 56).
El
aprendizaje se ve incrementado por la aparición de la herramienta más
impresionante que el hombre ha creado para trascender los límites de
sus capacidades individuales, a saber, el lenguaje.
El lenguaje capacita al hombre para aprovechar la experiencia de los demás.
No existe actividad humana que no esté mediatizada por él. Esta
mediación hace posible la transmisión de generación a
generación del modo en que las cosas deben ser hechas y entendidas.